Los discursos parlamentarios de Práxedes Mateo-Sagasta

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Legislatura: 1854-1856 (Cortes Constituyentes de 1854 a 1856)
Sesión: 21 de mayo de 1855
Cámara: Congreso de los Diputados
Discurso / Réplica: Discurso
Número y páginas del Diario de Sesiones: nº 159, 4.956 a 4.958
Tema: Ley general de ferrocarriles

El Sr. SAGASTA: Las Cortes recordarán que cuando se discutió la totalidad de la ley general de ferrocarriles, yo hube de impugnar algunos artículos de la misma, y que expresé mi deseo de que el 2.° se redactara en términos parecidos a como ahora nos lo presenta la Comisión; entonces fueron rechazadas mis razones, sin duda por la poca autoridad que llevaban consigo y por el poco valor que para vosotros pueda tener el Diputado que en este momento dirige la palabra al Congreso. Mis pronósticos se han cumplido, porque se ha visto que la clasificación de las líneas es imposible, y de cualquier modo que sea, se ha admitido mi pensamiento, y yo estoy agradecido a la Comisión y al Gobierno porque en último resultado han venido a parar a él. Gracias, pues, señores individuos de la Comisión; muchísimas gracias, Sr. Ministro de Fomento.

De aquí comprenderán los Sres. Diputados que al defender yo el art. 2.° vengo a defender mis opiniones, vengo a defender mis ideas, vengo a defender mi pensamiento. Se ha combatido aquí el art. 2.° por todos los que han tomado parte en el debate, en la suposición de que no estaba redactado con arreglo a las enmiendas presentadas y que en estos últimos días el Congreso ha tomado en consideración; esta es la verdad: el artículo 2.° no se ha redactado con arreglo a las enmiendas; el art. 2.° no se ha modificado en vista de los acuerdos tomados por las Cortes, y sobre esto séame permitido decir algunas palabras, siquiera sea en gracia de la paciencia con que he permanecido mudo en mi asiento durante los días en que el Congreso se ha ocupado de esta cuestión, y a vista de tantos y tantos desaciertos; séame permitido, repito, decir algunas palabras que quizá os desagradarán, que quizá os parecerán algo duras; pero dígaos yo lo que me dicta mi conciencia en bien de mi país, dígaos la verdad, y poco me importa vuestro desagrado; porque cuando yo vea que procedéis de la manera conveniente a los intereses del país, cuando yo vea qua marcháis, según mi leal saber y entender, por el camino recto y de la conveniencia pública, allí estaré yo para apoyaros con lo que poco valga; pero cuando yo vea que equivocáis el camino, cuando vea que, sin embargo de vuestros buenos deseos, procedéis de una manera contraria y opuesta a lo que al país conviene, allí estaré dispuesto a deteneros el paso, por más que os desagrade; a deciros la verdad, por más que os parezca amarga; a advertiros vuestro error, por más que os incomode.

Triste y desconsoladora idea, Sres. Diputados, hemos dado del Parlamento español en la cuestión más importante que se ha presentado; en la cuestión más importante que puede presentarse a vuestra consideración; en la cuestión que más directa e inmediatamente afecta a los intereses de nuestro país; en la cuestión de cuyo bueno o mal resultado depende su felicidad o su desgracia; en la cuestión de cuya acertada o desacertada solución dependerá que nuestra Nación se eleve al nivel de las más civilizadas, mas prósperas y más ricas del globo, volviendo a ocupar el puesto que tan dignamente ocupó, o que continúe arrastrando una miserable existencia y postergada en el último puesto de la escala de la civilización. Momentos ha habido, señores Diputados, en que colocado yo en mi asiento durante los días de esta discusión, he dudado si nos encontrábamos en el salón de sesiones, abierta la sesión o si nos encontrábamos en la sala de conferencias; momentos ha habido en que he dudado si se trataba de una de las cuestiones más importantes para este país, o de aquellas que tienen escasa importancia; momentos ha habido, Sres. Diputados, en que he dudado si estaba despierto o soñando.

Decía el Sr. Arriaga, que ha tomado parte también en esta discusión: conviene que se trate de todos los ferrocarriles a la vez, porque de esta manera todas [4.956] las provincias se ayudarán las unas a las otras. Y esto me recordaba lo que he venido observando durante los últimos días. Yo recuerdo hasta dónde llegaba la pequeñez en el modo de considerar una cuestión tan grande, en la que algunos Sres. Diputados, dirigiéndose a sus compañeros, venían a decirles: votadme esta enmienda, y yo también votaré la que vosotros presentéis; al mismo tiempo que éstos contestaban: sí, votaremos esa enmienda, para que luego votéis la que nosotros presentaremos. Esto he presenciado, señores, y me duele por cierto que cuestión tan alta se haya reducido tanto; me duele, repito, que se reduzca a mezquina cuestión de reciprocidad la cuestión más interesante que ha de resolver las Cortes Constituyentes.

El Sr. VICEPRESIDENTE (Olea): Recuerde V. S. que pidió la palabra en pro del artículo.

El Sr. SAGASTA: Voy a apoyarlo.

Los ferrocarriles, Sres. Diputados, tienen que presentárseos siempre bajo dos aspectos distintos, bajo dos formas claramente separadas, claramente distintas. Ferrocarriles hay cuya realización es de una necesidad vital para un país, cuya construcción lleva consigo un interés trascendental, y es necesario que su construcción esté por encima de toda otra consideración. Para esos ferrocarriles, Sres. Diputados, no hay obstáculos que no se venzan, no hay dificultades que no se hagan desaparecer. En estos ferrocarriles, su importancia es conocida a priori, y en la fórmula correspondiente que hay que resolver para proceder con acierto a la realización de estas vastas empresas, la importancia es el dato principal; la importancia es el dato al cual quedan sometidos todos los demás; la importancia lo es todo; los demás, nada. Estos ferrocarriles, cuya importancia, repito, se conoce a priori, son los únicos y no pueden ser otros, cuya iniciativa puede corresponder al legislador. Para ellos se atraviesan las cordilleras, se salvan los profundos valles y se construyen esas gigantescas y colosales obras que son la gloria de las generaciones presentes, que serán la admiración de las venideras.

La Francia y la Inglaterra creen de una importancia vital su unión por medio de un ferrocarril que haga desaparecer, digámoslo así, el estrecho de Calais, y la Francia y la Inglaterra dicen: hágase ese ferrocarril. Pues bien: la ciencia no ha alcanzado todavía el medio de salvar convenientemente ese obstáculo; pero la ciencia lo busca y la ciencia lo encontrará, porque no hay nada en lo humano que la inteligencia humana se oponga; y ese obstáculo se salvará, y veremos correr las humeantes locomotoras sobre el canal de la Mancha, sobre sus embravecidas olas, cuya espuma, mas bien que producida por el efecto natural del choque de las aguas, parece originada por la cólera de verse a los pies de su arrogante enemigo y luchando constante e infructuosamente por oponerse a sus paso.

Todos los países, pues, tienen en mayor o menor escala ferrocarriles de esa naturaleza; también los hay en el nuestro, todos los conocéis, y éstos y no otros son los únicos que pueden ser objeto de vuestra exclusiva iniciativa; para ello, dice el legislador " háganse ", y el gobierno procede a su ejecución. Entonces entra la ciencia: no voy a decir " esta dificultad se presenta; este obstáculo hay que vencer; este interés es el que ha de reportar; ésta, en fin, la importancia del ferrocarril," puesto que esta importancia, como he dicho, conocida es de todo el que ligeramente conoce la posición de nuestro país y sus relaciones con los demás: la ciencia entra a separar los obstáculos, a hacer desaparecer las dificultades; y si la ciencia no tiene todavía medios para hacerlas desaparecer, la ciencia los busca, los piensa, y al fin los encuentra.

Hay otros ferrocarriles, y éstos componen el mayor número, esta es la generalidad, en los cuales su importancia no puede conocerse a priori. En la fórmula correspondiente que hay que resolver para realizarlos, la importancia queda envuelta o desaparece ante otras mil consideraciones de todas clases y muy elevadas. Hay que tener en cuenta consideraciones científicas, topográficas, comerciales, políticas, y otra porción de circunstancias que sería prolijo enumerar. Pues bien; el legislador, como quiera que no puede desde luego determinar la importancia de esos ferrocarriles, tiene que valerse de un auxilio, y ese auxilio es la ciencia. La ciencia empieza por averiguar la conveniente posibilidad de llevar a cabo esos ferrocarriles; la empresa empieza averiguando el coste de construcción, el de explotación y el de conservación; los productos que ha de dar una vez concluido, no solo por el movimiento que en el día hay, sino por el que creerán esos ferrocarriles; y en vista de estos estudios y datos viene a deducir la conveniencia o inconveniencia de los mismos.

El legislador, pues, no puede proceder a la designación de los ferrocarriles de esta segunda categoría sino auxiliado de la ciencia. Y aquí vemos distintamente las categorías que no podemos menos de tener en cuenta. Sin embargo, Sres. Diputados, vosotros habéis completamente igualado todos los ferrocarriles, les habéis dado igual importancia, y lo que es más, habéis hecho desaparecer una importancia general ante el deseo de satisfacer necesidades locales. En ese deseo, en ese vehemente deseo, elevado ya a la fantasía, para vosotros no hay profundos valles que salvar, para vosotros han desaparecido las cordilleras, y figurándoos la superficie de nuestra Península a manera de mesa de billar, habéis cogido una de sus bolas, las habéis tirado en la dirección que más os agrada, y de ahí ha resultado un trazado tan caprichoso como es desigual, una red de ferrocarriles imaginaria.

Aquí a la vista tengo la red de ferrocarriles que resultaría si fuese realizable con arreglo a vuestro deseo, muy bueno y muy santo, pero muy desacertado. Aquí habéis vosotros designado líneas que se rechazan, que se oponen absolutamente; allá se ve un punto insignificante servido por tres y más líneas importantes, acullá se ve una línea imposible de realizar; y de lo que resulta acá y allá y acullá, hay un conjunto hasta repugnante, resultando, como digo, Sres. Diputados, un trazado absolutamente imposible, una red imaginaria. Y esto, ¿para qué? Para tener el gusto de ver una porción de líneas trazadas en el papel, con la imposibilidad de realizarlas, de llevarlas a término; para que tratemos de empezarlas todas a la vez (porque no lo dudéis, por esta ley, desde el momento que se apruebe, vendrá un concesionario a pedirnos una línea, y pedirá la subvención que se señale a las líneas principales, y habrá que concedérsela); para empezarlas a la vez todas, repito, sin que podamos acabar ninguna. ¿Para qué este trazado? Para hacer concebir a los pueblos esperanzas que han de ser defraudadas, como si ya no hubieran sufrido muchos y muchos desengaños. ¿Para qué? En una palabra, para imposibilitarnos de hacer lo realizable por querer lo imposible; para [4.957] imposibilitarnos de hacer lo menos por querer lo más.

No hace muchos días que os decía yo, Sres. Diputados: " no os alucinéis con los ferrocarriles; tened en cuenta que aun las cosas mejores no se pueden tomar sin premeditación; que aquello que nos da vida, que nos sirve para respirar, nos mata si no lo tomamos con precauciones; no vayáis a convertir un elemento de riqueza y prosperidad para el país en el dogal que le ahogue." Pues bien; si se admitiesen vuestras ideas, realizado quedaría mi temor, pues que mataríamos al país de plétora de caminos de hierro.

Siguiendo las enmiendas que el Congreso ha tomado ya en consideración, resultan por el trazado que os he manifestado más de 1.500 leguas de ferrocarriles de primer orden, que no hay país en el mundo que las tenga; 1.500 leguas de ferrocarril de primer orden, según vuestros trazados caprichosos, no costarán menos de 5.000 millones de reales. Consideradas de primer orden las 1.500 leguas, y dándose la tercera parte de subvención por el Estado, le costarán a éste las 1.500 leguas más de 1.500 millones de reales. Pues no nos hagamos ilusiones: para dar vida a esas 1.500 leguas de ferrocarriles, para no dejarlas entregadas al solo alimento que podrían suministrarles los respectivos puntos extremos, necesitamos construir a la par, si no antes, de 4 a 5.000 leguas de comunicaciones ordinarias, que no os costarán menos de 2.000 a 2.500 millones, y que, sumados con los 1.500 anteriormente dichos, componen un total de 4 000 millones de reales.

Pues ahora bien; ¿estamos en disposición por ahora, ni en mucho tiempo, de gastar esa cantidad? Yo quisiera que de buena fe, y puesta la mano sobre vuestra conciencia, me dijeseis si podemos estampar en una ley un compromiso semejante y que no cuesta menos de 4 a 5.000 millones de reales. ¡No parece, señores, sino que nos hemos encontrado una mina inagotable, cuyo oro no sabemos donde echar, y tratamos de darle salida! jNo parece sino que todos y cada uno de vosotros os habéis convertido en el MonteCristo de Dumas, y que todos y cada uno de vosotros estáis dispuestos a derramar vuestros tesoros en las arcas del Estado! Si esto es así, sea en buen hora; hagamos caminos de hierro hasta para ir a la luna. Pero si no es así, sino puede serlo, lo que vosotros proponéis es una ilusión, es una utopía, es una quimera. Y basta; yo conozco vuestro patriotismo, conozco vuestra ilustración, y más que las razones que pudiera continuar dándoos, os ha de convencer vuestra propia reflexión. He dicho.

 



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